¿Cuántas veces hemos escuchado
esta expresión en boca de un jugador de fútbol, durante el descanso de un
partido al que su equipo llega con un resultado poco esperanzador? Bastantes,
verdad. Y en muchas de esas ocasiones, al terminar el partido hemos tenido que
dar la razón al jugador, pues su equipo terminó ganando.
Pues eso. En las elecciones
generales del 2015, el 20D se llegó al descanso, tras un bronco y duro primer
tiempo, con un resultado incierto para todos los contendientes. En el vestuario
se produjeron dos tipos de declaraciones. Los que dieron el partido por ganado,
a pesar de haber finalizado el primer tiempo con un no muy buen resultado, y se
quedaron tan tranquilos confiando en que el partido estaba ganado, y las de los
que, a pesar de ir perdiendo en la primera mitad, no dieron el partido por
perdido y se dedicaron a intentarlo en el segundo tiempo.
Para conseguirlo, y dado que iban
perdiendo, dejaron al que iba ganando que se creciera, y, cuando se vio que el
contrario había perdido todas sus fuerzas, pasaron al contraataque buscando la
victoria por uno de los flancos del contrario. Bajo las indicaciones del
entrenador, arriesgaron mucho y muchas veces. Lo intentaron de todas las formas
posibles, y así estamos a punto de llegar al final de los noventa minutos y
todo parece indicar que van a finalizar sin resolverse el partido. Aunque dada
la presión y ganas que le están poniendo, no se puede descartar uno de esos
goles de última hora, que les darían la victoria. Pero lo más previsible es que
tengamos que presenciar una prórroga.
Y mientras, en las gradas, los
seguidores de los distintos equipos siguen con más o menos pasión y esperanza
el desarrollo del encuentro.
Los seguidores del equipo que
terminó el primer tiempo con un resultado aceptable, a la vista del papelón que
los suyos están haciendo en la segunda parte, no saben si despedir al
entrenador o al presidente, o simplemente liquidar el equipo entero, incluidos
los jugadores, y comenzar de nuevo.
Mientras, en las gradas de los
seguidores del otro lado, ha habido diversidad de opiniones (como decía mi
padre, unos se cagaban en su madre y otros en su padre). La parte alta del
graderío de la izquierda, siempre muy radicales ellos, poniendo a parir al
entrenador. No sabe lo que hace; está dejando muchos huecos; se empeña en
controlar el centro del campo y descuida el ataque; solo juega por la derecha;
ha renunciado a jugar por la izquierda; etc., etc.
La mayor parte de los palcos de
la izquierda, se han dedicado a cuestionar todos los movimientos tácticos del
equipo, y a intentar que la presidenta le marcara al entrenador con qué
jugadores debía jugar y cuál era la táctica más adecuada. Y por último, la
parte baja de la grada de la izquierda con alguna excepciones, muy numerosa y fiel
al equipo, no ha perdido nunca el ánimo y la confianza en su equipo de siempre.
Así que, con grandes voces en algunos momentos, y en otros con un prudente y
preocupado silencio, no han dejado de confiar en su entrenador y en el equipo.
Y han mantenido siempre la confianza en ellos, siguiendo a rajatabla el dicho
que manifestaron al llegar al descanso: “el partido dura noventa minutos, e
incluso puede que haya prórroga”.
Si no se produce ese gol en el
último minuto, estamos seguros que en la prórroga el entrenador dará las
instrucciones precisas a sus jugadores para que, a la vista de cómo se está desarrollando
el partido, se hagan los cambios de táctica que sean necesarios, incluido si es
preciso atacar más por el flanco izquierdo sin olvidar ni el centro ni la
defensa, para conseguir el objetivo de terminar ganando el partido.
Así que, a seguir apoyando al
equipo y a esperar con paciencia, que hasta el pitido final el partido no ha
terminado. Y como se dice en ambientes taurinos: hasta el rabo, todo es toro.
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