Mientras el cura repetía, con mayor o menor fortuna,
las consabidas palabras de ánimo y consuelo para los deudos del difunto, y recurría
al manido consuelo para los creyentes de que todo lo que hemos sufrido en este
mundo tendrá su recompensa en el “más allá”, que dios escribe recto con
renglones torcidos, etc., a mi me venía a la cabeza la carga de sublevación y rebeldía que la frasecita de marras encerraría,
si es que de verdad alguien la pronunció, en aquellos tiempos regidos bajo los
estrictos mandatos de la ley judaica.
El sabbath
era, y es, para los judíos creyentes y practicantes el día sagrado dedicado
solo y en exclusiva a dios, estando absolutamente prohibido realizar ninguna
otra tarea, y así lo recogen cientos de citas en la Biblia: “Guardad el sábado, porque es sagrado para vosotros. El que
lo profane morirá. Todo el que haga algún trabajo en él será exterminado de en
medio de su pueblo. Seis días se trabajará, pero el día séptimo será día de
descanso completo consagrado a Yahvé. Todo aquel que trabaje en sábado morirá” (Éxodo 31 14-15).
Solamente nos podemos hacer una muy ligera idea de
lo que esta frase tiene de subversiva y revolucionaria, en boca de un “presunto
Mesías”. Estaba cuestionando, ni más ni menos que uno de los preceptos más sagrados
del judaísmo, la obligación de dedicar un día a la semana a su dios. Es decir,
en el fondo estaba poniendo en cuestión el poder de los sacerdotes para erigirse
en legisladores y organizadores de la vida de los hombres.
Y también me puse a pensar en cómo han tergiversado
este mensaje de rebeldía los jerarcas de la Iglesia Católica, que pretenden ser,
en exclusiva, los intérpretes actuales de las palabras de su fundador.
Frente al mensaje del inspirador del cristianismo
de que el sábado, es decir la religión, está instituido para el hombre, y no al
revés, la mayor parte de la jerarquía católica pretende hacernos tragar con
que, en realidad, el hombre está para servir a la religión. Según ellos,
primero está su religión y sus preceptos
y obligaciones, y después está el hombre, obligado y sometido a los mismos, sin
pararse a pensar si esos preceptos son absurdos o no.
Pretenden ser ellos, a imagen y semejanza de lo que
hacían los sacerdotes judíos de hace dos mil años, los que dicten las normas
legales que han de regir en la sociedad actual. Pretenden, olvidando de manera
flagrante y vergonzosa lo que su fundador respondió a los fariseos, que el
hombre está instituido para los preceptos y normas que ellos dictan, y no al
revés.
En el fondo, y en la superficie, añoran el poder
que antaño tuvieron los Sumos Sacerdotes; e incluso tienen una pecadora envidia
a lo que ocurre en la actualidad en muchos países del mundo árabe en los que
rige de forma total y exclusiva la sharia,
el código
detallado de conducta y los cánones que describen los modos del culto, pero
también los criterios de la moral y de la vida, las cosas permitidas o
prohibidas, las leyes separadoras entre el bien y el mal.
¡Lo qué cuestan olvidar los más de cuarenta años de nacional
catolicismo!
Otros dirigentes "sacerdotes" se han apoderado de las palabras del revolucionario para perpetuarse en el poder en contra de los antiguos dirigentes "sacerdotes" del antiguo poder.
ResponderEliminarY el problema es que esto se pude aplicar a muchas situaciones, no solamente a la lucha entre religiones.